Barriendo vidrios...
Viva viva, hoy estoy contenta. Por fin escribí un cuento que me gusta, después de años de escribir pura shit... se los presento... odio poner títulos así que lo puse sin mucho empeño.Barriendo vidrios.
Salían al patio diario, a barrer los vidrios. Lo hacían en silencio, como si al callarse detuvieran ese momento de tranquilidad en sus vidas agitadas. Como si por unos segundos se sintieran bien. Una de ellas hasta sonreía. Se tomaban el mayor tiempo posible, porque sabían que después de ese pequeño descanso venía una descarga de emociones que las separaría de nuevo. Cuidadosamente recogían los pedazos de vidrio, pedazos de su vida finalmente, los metían a un saco y suspiraban. Si la vida fuera siempre tan tranquila…
De pronto el sol asomaba de nuevo. Golpeaba sus ideas y se burlaba de ellas. Los vidrios se volvían flexibles por un instante y ellas entendían que era hora de volver, que la paz se terminaba. No se miraban siquiera y entraban a la casa con el corazón hecho un erizo y la garganta vendada.
Para ellas, al salir el sol todo se oscurecía y vuelta a empezar. El canto del pájaro (si es que aquel ruido puede llamarse canto), las niñas encerradas en su habitación, viendo al techo, las niñas siempre calladas, soportando aquel escándalo que contrastaba con el eterno secreto que reinaba entre ellas, con el silencio dentro de sus cabezas. Soportaban un ruido interminable, el ruido de las ausencias, el ruido constante de lo que no volverá. Los agudos gritos del enorme y gordo pájaro destruyendo otra vez las ventanas. Destruyendo las ventanas internas, las ventanas externas.
En esta casa no hay lugar para ventanas. Pero ahí están y son todavía suficientes como para que las niñas puedan salir a recoger vidrios en las noches y a respirar un poco de libertad.
El ciclo sigue su curso y el ruido baja de intensidad. Las niñas abren los ojos. Cuando oyen la calma en la habitación de al lado, después de horas del martirio del ave, se incorporan y van rápidamente hacia la gran caja, como todos los días, tratando de no sentirse culpables. Toman una bolsa de alpiste y se apresuran a llevarlo al cuarto contiguo.
-Date prisa- piensan, al mismo tiempo-. En esta casa no hay tiempo para nada desde que decidimos transformar a mi padre en pájaro-. Antes lo decían. Ahora ya no es necesario.
Entran al cuarto con lágrimas en los ojos y dejan el alpiste cerca de su irreconocible padre, que duerme inmerso en algún sueño de pájaro gordo. Se miran por un único segundo en el agitado día y salen a barrer vidrios, a respirar libertad.